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10:00 En la cocina dan leche para todas las criadas
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Antes de que Glenys termine su relato, Ramón mira su reloj. Se hace tarde. Es un gesto que llena de consternación a las chicas. Viendo las caritas de desilusión, Ramón se ablanda. Calcula que en un cuarto de hora puede despacharlas y dejarlas el cuerpo gozoso. Además, guarro que no sirve para contentar la piara acaba para jamones. Y él sabe muy bien porqué vive como un rey.

Empieza por Glenys, que es la tiene más a mano.

Se la va a calzar sentándola frente a él en su regazo, con las piernas abiertas alrededor de su cintura, sin molestarse en desvestirla, apenas subiéndole la falda del uniforme para descubrir la entrada del chumino. Debe bregar y empujar un poco sujetando la verga con la mano hasta poder incrustarla en el chocho regordete que tiene, pues Glenys es pequeña y tiene una vaina chica en proporción.

Rosario no se ha movido de su sitio a los pies de la silla de Ramón desde que andaba ocupada mamándosela, así que asiste la operación desde primera fila.

Ramón aprieta hasta empotrar la mitad del cipotón, pues no cabe más. Pasada la primera impresión de sentirse empalada por el enorme bolo de carne, que la deja como si la hubieran partido en dos y trepidando, ella inicia un ligero trote.

Así no acabamos nunca. Ramón la agarra con ambas manos de los orondos mofletes del culo, y como es menuda y pesa poco, la levanta en vilo, bien alto hasta dejar el pijo casi fuera, para luego dejar caer a la muchacha para que se ensarte con fuerza.

Ella se queda sin aliento! -- "Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!"

"Fátima, vete a mi habitación y mientras se la endiño a Glenys, me preparas el traje de lino beige claro, con la camisa blanca" -- se interrumpe Ramón.

Fátima vuela, pero se para a la puerta: "La corbata naranja, sinior, y los zapatos nigros?"

"No mujer, la corbata violeta de seda!"

Fátima sale disparada, y se oyen sus tacones corriendo escaleras arriba, afanosa por no perderse la fiesta y mucho menos la vez.

Ramón vuelve a ocuparse de Glenys. Comienza a zumbársela levantándola en el aire y ensartándola, a un ritmo cada vez más io. A veces la saca entera de la funda, para gozar del cachiporrazo al meterla otra vez. Otras veces levanta a la menuda muchacha alto, alto, para llevar el coño a la altura de la boca, y Ramón, tras encontrar su camino con la cabeza entre los pliegues de la falda, lo degusta con gula.

Las otras pueden ver en esos momentos una polla oscilante, como atolondrada, con el glande reluciente descollando sobre la zona rosada abandonada por el prepucio, cuya corona se ensancha como si se preparara para causar mayor impacto en el próximo embiste, hasta que un nuevo espasmo carga la columna del tronco y la pone tiesa y enfilada contra la bocana, y un instante después se ha envainado entera y solo quedan visibles los testículos de Ramón colgando y azotando las nalgas de la Glenys.

Pero es suficiente. Se ponen como perras y jadean de lascivia fregándose los chuminos al son del coito de la pareja. Glenys, tras unos minutos de que la batan la clara del coño, una clara que rezuma copiosa mango abajo hasta las bolas, que la esparcen al aire como hisopo agua bendita, los raudales de placer que le llegan desde el vientre se hacen tan intensos, que pierde todo control sobre sí misma y aúlla su alegría con voz rota mientras le viene un orgasmo y luego otro y otro.

La ventana de la cocina está abierta. Las voces llegan a la casa vecina. Por el rabillo del ojo, Ramón advierte que unas cortinas del primer piso se mueven. No es esa que espía doña Lourdes? Buena puta, y bien que grita también cuando la tengo debajo! Pues que lo disfrute, y se concentra en hacer gozar a Glenys. Para cuando Fátima viene trotando escaleras abajo, Glenys ya está ahíta y extenuada y descabalga para dejarle su plaza a otra.

Apresuradamente Fátima ocupa el puesto.

Han aumentado las espectadoras, pues en otra ventana de la casa vecina asoman dos jovencitas, la hija de doña Lourdes, que Ramón tiene anotada como pendiente, y una amiga desconocida de la niña. Lanzan risitas y se escabullen cuando Ramón mira, para volver a aparecer enseguida y no perderse detalle.

Fátima se sienta dando la espalda a Ramón, y tampoco se toma la molestia de desvestirse, sino que simplemente se recoge la falda para airear los bajos.

Con el coño al frente, las otras podrán tener plena panorámica del tremendo tronco empalándola.

Y también porque deja su mejor parte, el hermoso culo, a mano para el señorito, que le encanta sacudirla unos buenos vapuleos mientras se la hinca.

La Rosario, desde su asiento en el suelo en línea preferente, ayuda con la mano a que la verga encuentre su camino hacia las profundidades de la muchacha, y va lamiendo desde los mofletes del glande, el recio frenillo, los pliegues del prepucio y el robusto tronco, a modo de despedida mientras se van ensartando centímetro a centímetro, empujando duro, para desaparecer en las entrañas, y al fin solo quedan los huevos fuera para lamer. Así queda Fátima bien enristrada.

Suena el teléfono. Svetlana lo coge.

"Digame? ... Ah buenosh días señogrita Gulieta. ... Si, si, su novio eshtá aki en la cocina ... Yo muy bien ... Fátima atendiendo al señogrito ... Si segnogita, gracias de su pagte" -- y se lo alarga a Ramón. - "Es su novia, señorito. Fátima, ke recuegdos de la segnogita"

Al oír mencionar su nombre, a la Fátima se le encoge el coño del susto, cómo si la hubieran pillado, dándole un súbito deleite al rabo de Ramón.

"Hola pichón mío. No sabes el gusto de oírte! Aquí estoy con Fátima que me recrea con sus atenciones en el desayuno"

Nueva contracción del coño de la Fàtima, esta vez bien fuerte.

"Ay corazón, me voy corriendo, pero antes quería decirte que me llamó Inmaculada" dice la novia.

"Quien?"

"Pues Inmaculada, la de Merdiú!"

"La conoces?"

"Somos íntimas de clase de confitería! Me llamó para decirme que ayer te había conocido para felicitarme por un novio tan apuestísimo"

Ramón piensa que la muy puta de la Inma aún debe de andar con el culo escocido y que vaya desparpajo que tiene para llamar a su novia, pero solo dice: "Muy amable de su parte. Pero sabes que eres tu quien me pone tan radiante"

"Gracias mi corazón. Un beso muy fuerte mi amor, da recuerdos a tía Mimí de mi parte y a Fátima y a Svetlana. Adios"

Devolviendo el teléfono, Ramón agarra a Fátima de las ancas, y comienza a follarla a buen compás. Las otras pueden ver bajo el felpudo de Fátima la vulva sobreexcitada con el clítoris tenso, el mástil que entra y sale, y los densos jugos que escurren y luego salpican con cada embolada. La Rosario se apodera de ese clítoris entre sus labios y lo succiona y lame. Glenys y Svetlana les jalean con ovaciones y aclamaciones.

Doña Lourdes, allá en su casa tras las cortinas, parece que también se menea con buen ritmo.

Fátima se entrega en cuerpo y alma al polvo y se desahoga en grandes jadeos de concupiscencia que se tornan en alaridos cuando alcanza el clímax, y todo su cuerpo se ve recorrido por estremecimientos.

"Te dije esta mañana que te partiría el culo, verdad?" -- le dice Ramón cuando ella vuelve medianamente en sí.

"Ay si, siniorito, mi parti il culo, mi mucho gusta cuando mi parti il culo!"

Dicho y hecho. Con el nabo recién desenfundado y chorreando, Ramón apunta el capullo contra el orificio del ojete, y taladra desgajando sin miramientos, clavando hasta que la polla desaparece de la vista y solo quedan afuera los huevos apretados contra los glúteos de la dócil sirvienta. Ella grita de dolor.

"Te duele? Te la saco, eh guarrita?"

"Noo! Noo! Dime, dime, mi gusta dar placeres con mi culo a su pisha!!!!"

Y Ramón se toma todo el placer que le complace y da real gana a costa de su padecimiento, aporreando con ímpetu ese ano sin mirar si hace daño, amarrándola del tremendo culo para hacer mayor fuerza, sintiendo gran deleite cuando la angostura del anillo del esfínter le recorre estrangulándole la polla en toda su longitud, tanto cuando la mete, como cuando la saca, cuando el glande emerge con un gustoso taponazo, y cuando vuelve a entrar con otro taponazo más delicioso aún.

La atiza unos tremendos azotes para hacerla estremecer las carnes del culo, que se ponen rojas. A ella le sube el sufrimiento con el castigo, hasta que desde un recóndito punto interior sacudido el ariete empiezan a llegarle oleadas de una sensación gustosa que adquieren poco a poco intensidad, y estallan finalmente como un volcán en una erupción de dichas y éxtasis que la hacen vociferar. Cuando termina, la Fátima se baja de su cabalgadura con los muslos temblando y las piernas flojas.

No bien desmonta Fátima, ya está Svetlana, ávida por ocupar su lugar.

Ramón echa un ojo a la casa vecina. Doña Lourdes sigue tras el tapujo de la cortina, pero las jovencitas han perdido todo disimulo y miran por la ventana con medio cuerpo fuera intentando ver mejor. Abajo en la cocina, la criada Dolores, amiga de las de la casa y tan golfa como ellas, se anda haciendo señas con las de aquí, se jalean y se intercambian gestos obscenos. Las de casa la llaman con las manos para que se apunte a la orgía.

Svetlana se sienta de frente, como Glenys, pues le gusta ofrecerle al señorito la diversión del baile de sus tetas. A él le encanta estrujarle los pezones entre los dedos hasta hacerla daño. Una vez enclavada, es ella la que hace el trabajo, y se empotra para copular a intensos caderazos. Dale y dale y dale que dale, hasta que se corre también a plena satisfacción y colma sus ansias de macho.

"Yo también kiege que grompe mi kulo!" -- dice ella muy mimosa, una vez de pié con el muslamen aún trepidando de temblores, volviéndose para ponerle en convite el orificio del culo, abriéndose mucho los cachetes de las posaderas con ambas manos.

"Será insaciable, la muy perra! Anda ya, tía, que ya llevas hoy doble ración" -- dice Ramón desembarazándose de ella con un empujón.

Contentas las tres, Ramón duda si no es el culo de Rosario el que debería estrenar, por terminar el adiestramiento apropiadamente, pero decide dejar esa materia para otra sesión de doma.

De forma que las hace venir a las cuatro, ponerse de rodillas, y abrir las bocas.

En esto que la criada de los vecinos, Dolores, aparece por la puerta que da al jardín. Ha venido corriendo. Sus compañeras la reciben con alborozo y la invitan a sumarse al grupo. Él la aguarda a que llegue, y cuando Dolores se alinea de rodillas formando un círculo con las otras cuatro, se planta en medio de todas con el cipote sobre sus cabezas y con unos golpes de mano se hace eyacular, girando con cada escupida copiosa de leche para asegurarse de que está inundando a las cinco, apuntando a la boca abierta de cada una de las chavalas y bramando su satisfacción cuando le brota, borboteando desde las bolas, cada rociada. Las recompensa a todas por igual, en dos pasadas, dándolas a gustar a cada una su parte de la abundante cantidad de semen que le han hecho fabricar con tanta historia, tanto magreo y tanto meterla, y el sobrante, dos lechadas más, lo derrama en la garganta de Rosario, a la que embute de nuevo el mango por las fauces, como su forma de decirle que lo ha estado haciendo bien y está contento con ella. Ellas degustan y saborean largamente moviendo la lengua el rico postre de crema y luego lo engullen a espaciosos tragos, disfrutándolo. Luego se lamen unas a otras los restos hasta que no queda gota.

"Chicas, quien me ayuda en la ducha y a vestirme, que tengo prisa?" -- dice Ramón.

"Yo, yo!" -- es el coro unánime de las cinco muchachas.

Y todas le siguen alegres a la ducha y se van desnudando y dejando en el suelo del pasillo batas, medias, sujetadores y bragas que ya recogerán antes de que regrese la señora. Cinco cuerpos magníficos de mujer compartiendo la ducha y ayudándole a vestirse ponen de nuevo a Ramón en el puntito calentorro con que le gusta enfrentarse a la jornada.

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