En Cámara Lenta P. 04

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Las consecuencias de nuestra primera noche de pasión.
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Parte 4 de la serie de 7 partes

Actualizado 11/01/2022
Creado 12/12/2012
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ROMPIENDO EL SILENCIO

"Mhhhff..."

La almohada extinguía mis jadeos. Mi mano iba y venía demasiado rápido, mi agarre demasiado firme, ni siquiera alcanzaba a disfrutarlo. Mi cama era un desorden. Sábanas en todas las direcciones, pegadas a mi cuerpo sudoroso. El reloj marcaba las 7:30 AM. Ya debería haber estado vestido e ir camino al colegio. Pero necesitaba una descarga de último minuto; no podía seguir así.

Me estaba convirtiendo en una persona totalmente diferente a como solía ser. Desde que Celeste y yo, a nuestra manera, habíamos hecho el amor por primera vez, yo había quedado obsesionado. Al volver a mi casa la mañana anterior, parecía que no había hecho otra cosa que recordar nuestro encuentro apasionado... y acariciarme continuamente mientras recordaba. Debí haber acabado unas tres o cuatro veces antes esa noche (¡aún era joven!), y aún así no logré nunca quedar saciado por más de unos minutos, hasta que un orgasmo final a las cuatro de la mañana me permitió quedarme dormido.

Mis fantasías, sin embargo, resurgieron en mis sueños, y fue así como, en la mañana, me hallé incapaz de reunir suficiente voluntad para vestirme, ducharme o siquiera desayunar.

Golpes en mi puerta.

"Damián, ¿estás despierto?" preguntó mi mamá.

"Sí, ya voy."

"Damián, te tengo el desayuno listo hace media hora, baja ya."

Mis frenéticos esfuerzos culminaron a las 7:38 AM, en un clímax débil y decepcionante. No había valido la pena. "Celeste", pensé, "te necesito". No era lo mismo sin ella. La necesitaba sustituyendo mi mano, tal vez con su pierna, como la otra vez, o con su propia mano, o incluso--

No. No... ella nunca se atrevería a hacer eso conmigo, ¿o sí?

"¡Damián! ¡Llegarás tarde al colegio, date prisa!"

Ya era tarde. Ordenar mi cama, limpiar mis manos, esconder el slip con aroma a sexo. Me vi obligado a levantarme y retomar mi vida, aguantando mis fantasías prohibidas. Sin embargo, nunca dejé de alimentar la esperanza de que algún día se cumplirían.

* * *

Celeste se mostró algo nerviosa conmigo cuando llegué a su casa esa tarde a tomar té con su familia. Acariciaba constantemente mis manos, pero apenas se atrevía a mirarme. Era la primera vez que nos veíamos desde... aquella noche. ¿Estaría simplemente nerviosa? ¿O acaso... arrepentida? ¿Que habían significado nuestras travesuras para ella?

Al terminar la cena, intenté ejecutar la misma rutina de siempre:

"Bueno, ya se me está haciendo tarde", les anuncié a todos, terminada la cena. "Si no me voy ahora, no alcanzaré a tomar el metro."

"Bueno pues, Damián, fue un gusto tenerte aquí, vuelve cuando quieras", me dijo el padre de Celeste.

Generalmente, podía contar con Celeste para pedirme que me quedara unos minutos más, y volver a hacerlo hasta que no me quedara alternativa más que pasar la noche con ella. Sin embargo, esta vez, Celeste decidió callar. Su mirada estaba perdida en otros lados. En general, claro: Celeste era callada. Sin embargo, esto era diferente. Temí que lo de la otra noche hubiera arruinado nuestro amor. Si sólo hubiera podido hablar con ella, aclarar las cosas... Pero no había forma de hacerlo en una mesa familiar. Sólo me quedaba marcharme y esperar a otra ocasión.

Intenté ponerme de pie para despedirme de todos, pero Celeste me retuvo. No dijo nada, ni siquiera me miró; sólo me tomaba del brazo para impedir que me levantara.

"Puedes quedarte, si quieres", dijo finalmente Nathalie, la hermana menor de Celeste.

Esas palabras me parecieron un alivio, pero no del todo. ¿Qué quería Celeste, realmente? ¿Por qué insistía en que me quedase, pero ni siquiera se dignaba a hablarme? Imaginé lo peor; una conversación a solas en su cuarto, marcando el fin de nuestra relación, o al menos, si tenía suerte, el fin de nuestros juegos sexuales. Si durante el día no había hecho más que alimentar las fantasías más ardientes, ahora no podía sino imaginar mis mayores miedos haciéndose realidad.

"Sólo si Celeste no tiene otras cosas que hacer", le contesté a Nathalie. Necesitaba alguna palabra de Celeste, lo que fuera.

"¿Celeste?", preguntó Nathalie, insistente.

"No, quédate", me dijo Celeste, sin emoción alguna en su voz.

* * *

El silencio de Celeste continuó incluso al llegar a su cuarto. Soltó mi mano y fue directamente a sentarse en la cama, aún sin mirarme.

"¿Pasa algo malo?", pregunté. "Estás muy callada."

"Nop."

"Si lo que hicimos estuvo mal..."

"No, no."

No lograba entenderla. Luego de una larga pausa, me preguntó:

"¿Tú encuentras que estuvo mal?"

"No lo sé", contesté. "Si no quieres volver a hacerlo..."

"¿Pero a ti te gustó? ¿O lo hiciste porque yo quería?"

Tardé en responder, temeroso de que mi respuesta no fuera la correcta.

"Las dos cosas" dije, finalmente. "Fue... Fue hermoso verte así, hacerte sentir así."

La vi bajar la cabeza, aún con una expresión indescifrable.

"Perdón", añadí.

"No, no, está bien."

Parecía imposible entenderla.

"Te aseguro que para mí lo más importante es que nos sigamos queriendo, yo--"

"Está bien", repitió. "De verdad está bien."

Y me sonrió.

"Entonces... ¿te gustó? ¿De verdad?", me preguntó.

"Sí".

"Wau" murmuró ella, mirando al vacío nuevamente. "Es que nunca habíamos hablado de este tema. No sabía si... si me veías de esa forma, si me encontrabas... sexy."

¿Eso era todo? ¿Ella tenía miedo de que yo no lo hubiera querido tanto como ella? Ah, mujeres... "No hay que entenderlas, hay que quererlas", dicen en mi tierra. ¡Si sólo supiera cuánto la he deseado!

"Te amo de muchas formas", me contenté con decir. No le dije que el pensar en sus besos apasionados y su piel me excitaba al instante. No le dije que sus pezones rígidos en mis manos y el ardor de su sexo en mi pierna, eran pólvora para el fuego de mi pasión, imágenes capaces de someterme a orgasmos interminables con sólo invocarlas en el momento adecuado. No le dije que había querido tenerla tan cerca como un hombre puede tener a una mujer, traspasarla, hacer de nuestros cuerpos unidos un tormentoso mar de placeres. Y sobre todo, no le dije que no quería compartir esas sensaciones con nadie más que con ella, por el resto de mi vida.

"¿Entonces todo está bien... entre nosotros?" le pregunté.

"Síp" dijo Celeste, como si fuera lo más evidente del mundo.

"Uf... La próxima vez, no tengas miedo de preguntarme esas cosas. Me tenías preocupado."

"Bueno" musitó. "Pero ven aquí, ¿ya? Llevas quince minutos ahí de pie..."

No pude evitar una sonrisa. Parecía ridículo que algo tan sencillo me hubiese tenido tan estresado. Me senté junto a Celeste en su cama, y ella me recibió con un beso y la mirada más tierna que alguna vez había visto en sus ojos.

Intenté abrazarla, pero sus labios lucharon por no separarse de los míos. Su lengua pronto se unió, acariciando mi labio superior, y finalmente yendo al encuentro de mi lengua. El beso duró más allá de lo normal, y continuó creciendo y fortaleciéndose, y poco a poco se le unieron suspiros cada vez más intensos. Había un ímpetu feroz, un hambre insaciable en ese beso; emitía pulsaciones de deseo a lo largo de mi cuerpo, que despertaban partes dormidas de mi anatomía. Esto ya comenzaba a parecerme familiar.

"¿Quieres...?", le pregunté al oído, sólo para confirmar mis sospechas. "¿Quieres que lo hagamos otra vez?"

"Sí" murmuró Celeste. No hizo falta ni una palabra más.

Nos abalanzamos el uno sobre el otro, y los silencios incómodos de ese día llegaron a su fin de una vez por todas. "Te extrañé", nos susurramos ambos entre besos. La atmósfera se llenó con los chasquidos de nuestros labios y lenguas luchando, el roce de una mano mía compitiendo con una de Celeste en una carrera por desnudar sus pechos, el áspero ir y venir de nuestros pantalones frotándose de esa forma que tanto nos gustaba, los suspiros que no lográbamos callar.

Una vez que Celeste hizo su sostén a un lado, tomé en mi mano su pecho izquierdo con un solo movimiento brusco, sin preámbulos, sin paciencia alguna. Realmente lo había extrañado. Celeste suspiró en mi boca y sus piernas apresaron las mías con mayor ímpetú. Mi mano le proporcionó un apretón lento en cada pecho, desde la circunferencia de su pecho hasta la punta del pezón. La sentí responder con su pierna, apretándo mi miembro con mayor fuerza. Fue tal el efecto de sus caricias que iba a acabar al instante si no hacía algo para impedirlo.

Al ritmo del ir y venir de nuestras caderas, comenzamos a rodar sobre la cama. Necesitaba ganar tiempo; no quería acabar tan pronto. Primero quedé yo encima de Celeste, y aproveché la situación para llenar su cuello de besos mientras mi pierna seguía estimulándola con firmeza. Los pantalones de Celeste, a diferencia de los míos, eran delgados, tal vez de seda; el contacto de mi pierna con su clítoris era casi directo. Noté el efecto de mis esfuerzos al pasear mis labios por el cuello de Celeste: era un débil "mhhh-ahh-ahh-ahh" surgiendo de lo más profundo de su garganta. Su voz se oía más cálida y anhelante que nunca. Mi respiración se aceleraba con sólo imaginar la magnitud de los deleites que yo le entregaba.

Celeste eventualmente me quitó de encima y seguimos rodando por la cama hasta quedar frente a frente. Pensé que esa posición sería más calmada, pero no pude haber estado más equivocado. No pude creer mis sentidos cuando Celeste se encaramó a mi cuerpo con todas sus fuerzas y comenzó a frotarse contra mí de la forma más caótica y desenfrenada posible. Sus labios cubrieron todo mi rostro de besos y humedad (ojos incluidos). Sus pechos se arrastraron por todo mi torso, desde mi ombligo hasta -- ahh -- mi boca. ¡Si sólo hubieran estado desnudos! Deseaba tanto conocerlos con mis labios y, besarlos sin descanso. Sin embargo, pese a las caricias que Celeste estaba repartiendo en todo mi cuerpo, su ataque descontrolado se concentró principalmente en mi miembro inflexible. Sin importarle que estuviéramos completamente vestidos, Celeste resfregó su sexo contra el mío de forma insistente, como si quisiera trascender nuestras vestiduras y ensartarse en mí. Y si era así... Yo también lo deseaba, con toda mi alma. Sin embargo, aún me encontraba peligrosamente cerca del límite. ¿Cuánto más sería yo capaz de resistir? ¿Un minuto? ¿Diez segundos? ¿Una caricia, al menos?

Mi curiosidad, sin embargo, pudo más. Comencé a ladearme, sin dejar que Celeste me soltara, y logré quedar de espaldas, con ella montada sobre mí. Con las piernas bien abiertas, alineó sus pezones sobre los míos, su pubis sobre el mío, y reanudamos nuestra danza, el uno sobre el otro, como si... como si lo estuviésemos haciendo de verdad. Era lo más excitante que jamás habría imaginado. Fue demasiado. Perdí el control.

Un empuje, dos, tres- no, sólo dos bastaron. Crucé el umbral y me abandoné al placer. Mis ojos se cerraron solos; mis piernas y hombros se contrajeron, mis genitales estallaron. Mi amada Celeste me estaba dando el más maravilloso de los orgasmos. Incapaz de separarme de sus caderas, froté mi pene contra su entrepierna tan fuerte que juré poder sentir la leve dureza de su clítoris, acariciándome a través de mi ropa y la suya. Luché por no dejar de estimularla mientras relámpagos de placer me remecían hasta los huesos. Estallé una y otra vez en mi ropa interior, separado del punto más sensible de Celeste por meros milímetros de tela.

Los imparables movimientos de Celeste me hicieron volver de las alturas. Mi cuerpo me pedía un descanso antes de continuar, pero ella no disminuyó nunca el ritmo.

"Sigue hasta el final, me falta poco..." me rogó, con una voz ahogada que apenas reconocí como suya.

Me deleitaba que Celeste ahora se atreviera a manifestar sus deseos... Ya no necesitaba escucharla darse placer en secreto; ahora yo podía ser testigo y protagonista de sus exploraciones sexuales. No podía defraudarla.

Sus constantes roces sobre mi miembro aún sensible me parecían una tortura; cada nueva caricia hacía temblar mi cuerpo y me provocaba gemidos de dolor, que apenas lograba acallar. Pese a todo, necesitaba resistir, por Celeste. Estaba dispuesto darlo todo por sentirla acabar otra vez, por sentirla acabar a horcajadas sobre mí. El constante "mmh-hh-hh-hh-hh" de sus suspiros indicaba que le faltaba muy poco.

"Vamos, amor mío, vamos, vamos..." la alenté.

Poco a poco, mi placer fue desplazando el dolor. Pronto sentí que estaba a punto de acabar de nuevo, y acabaría junto con Celeste, en perfecta sincronía. Estaba a punto, y ella también. Pude imaginar su orgasmo encendiéndose poco a poco en lo más profundo de su ser. La sentí estirarse como cuerda de un arco a punto de disparar. Mis puños se aferraron a las sábanas, a mis pantalones, a los de Celeste, a sus muslos, a sus glúteos...

"T-- te amo" me susurró.

Y enseguida, ocurrió.

Nuestro clímax simultáneo fue un cataclísmo sísmico. Entre los retorcijones de mi cuerpo, llevado al límite por segunda vez, y los saltos de Celeste cabalgándome sin control, hicimos crujir cada coyuntura de la vieja cama de madera. Nuestros labios dejaron escapar gritos entrecortados con cada nueva oleada. Nuestra discreción había quedado en el olvido. Habíamos roto el silencio mucho tiempo atrás.

Compartimos los últimos momentos de placer con un beso torpe y tembloroso. Exhalamos y gemimos el uno en la boca del otro hasta que no nos quedó energía siquiera para mover los labios. Calmados nuestros cuerpos, Celeste se dejó caer a mi lado lentamente, como una pluma en vuelo, y la acogí con mis brazos.

"Amor mío," le dije finalmente, "fuiste absolutamente--"

"Shh", interrumpió Celeste.

Indicó hacia el muro contiguo. Se oían voces, risas, cuchicheos. Era el cuarto de Ángela y Nathalie, las hermanas menores de Celeste.

"¿Nos habrán escuchado?" le pregunté a Celeste, en voz baja.

Era imposible que no nos hubieran escuchado. Debimos haber sido más cuidadosos, pensé. Ahora nos esperaban quién sabe qué consecuencias. Ángela no diría nada, pero Nathalie no resistiría la tentación de contarle a sus padres que su perfecta hija mayor había tenido un arranque de lujuria con su novio bajo su propio techo. Tal vez temerían que ella hubiese quedado embarazada; ¿cómo explicarles que lo habíamos estado haciendo con la ropa puesta? En cualquier caso, parecía que nuestros días juntos estaban contados.

Sin embargo, Celeste se mostró tranquila. Permaneció atenta unos segundos, pero finalmente me miró con resignación, y me dijo:

"No importa. Tú descansa, mi amor. Ya tuviste suficientes dramas por hoy."

Celeste siempre sabía qué decir para hacerme sentir mejor. Y confié en ella, como le había confiado mi cuerpo y mi intimidad. Dejé que, con un beso, hiciera desaparecer todas mis preocupaciones, y me entregué a un plácido sueño.

Supe al día siguiente que Celeste había tenido la amabilidad de donarle su moderno televisor a sus hermanas, y que nuestro pequeño arranque de lujuria nunca llegó a oídos de sus padres. Siempre se podía contar con el poder del soborno...

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