La fuerza de la ley

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Por eso, cuando como a las 10 de la noche, Jeannette entró en el departamento, María Teresa le preguntó de inmediato qué le había pasado para que llegara tan tarde. Habitualmente cuando sus turnos no coincidían, ambas se encontraban como a las siete de la tarde y compartían la televisión, escuchaban música o se contaban sus experiencias hasta tarde, antes de dormirse.

Por ello, cuando vio entrar a su amiga con una sonrisa de lado a lado, se dio cuenta de inmediato que algo había pasado. Ya lo había notado en el pequeño diálogo por radio que ambas habían sostenido, por el tono más bien relajado y no cortante como se habituaba en este tipo de comunicaciones.

María Teresa vestida sólo con sus pantaletas y una camiseta siguió a su amiga al dormitorio y la observó de arriba abajo buscando señales. Se dio cuenta que su cabello estaba húmedo, y no lucía con el cuidado que Jeannette ponía en él antes de salir cada mañana. ¡Había culeado!

"¡Me lo tienes que contar todo!" le espetó ansiosa María Teresa, mientras Jeannette con mucho relajo procedía a desprenderse de su uniforme de servicio una vez más. Mientras desprendía los botones de la chaqueta, recordaba cada momento pasado esa tarde.

"Esto que estoy haciendo, lo hice esta tarde" Le dijo Jeannette mientras tiraba la chaqueta sobre la cama y procedía a bajar sus pantalones para quedar nuevamente en sus pantaletas, tirando el sujetador y quedando con sus pechos al aire, mientras miraba con ojos de ensueño a su amiga.

María Teresa observó con detención el cuerpo de su amiga. Más de alguna vez, ambas se habían acostado juntas y se habían excitado mutuamente buscando relajarse para dormir. No eran lesbianas, pero si se sentían excitadas no tenían reparos en masturbarse mutuamente. Esta vez ella buscaba los signos de su actividad sexual. Estaba segura de ello ahora, al verla tan relajada. Y los encontró, ella sabía dónde buscar. Miró sus pezones, las puntas estaban duras y la zona de las aureolas hinchadas, no habitual en ella y, cuando Jeannette se quedó desnuda frente a ella, vio que sus labios vaginales lucían completamente hinchados también.

"¡Uff, al parecer te dieron como caja!" le dijo María Teresa mirándola fijamente.

"¡Tendrías que ver cómo lo dejé" Dijo riéndose. Ambas se echaron a reír y se acomodaron en la cama para el relato.

****

Después que Jeannette se recuperó de su violento orgasmo, le tomó de la cara y lo instó a subir sobre ella. Se estremeció al sentir su miembro deslizarse nuevamente por su hendidura, abriendo sus hinchados labios vaginales. Como una gata hambrienta lamió cuidadosamente sus propios jugos de la cara de Eduardo, pasando su lengua por su nariz, sus mejillas, su mentón y deteniéndose en su boca donde empujó la punta de su lengua para abrirse paso. Él succionó su lengua y apretó sus labios entre sus dientes. El sintió deslizar hacia abajo la mano de ella buscando su miembro, levantó sus caderas para que lo tomara. Ella, cuando lo tuvo firme entre sus dedos, dirigió el glande entre sus labios. La muchacha gimió cuando sintió que la punta la penetraba y comenzaba el lento descenso de las caderas de él y abría su vagina de forma continua e inexorable. Sus paredes se apretaron, acomodándose rápidamente a su grosor, al mismo tiempo que subía nuevamente sus piernas para sentirlo más profundamente en ella.

Él se quedó inmóvil, dejando que su miembro fuera acariciado y apretado como si ella lo sostuviera allí con el puño de su mano. Después de unos segundos, en que ambos centraron su tacto, ella en su vulva y él en su verga, ella envolvió su cuello con sus brazos e insinuó un movimiento con sus caderas. Eduardo echó atrás su pelvis retirando su verga hasta sólo dejar su glande entre los hinchados labios y bajó profundo esta vez, perdido en sus sensaciones y comenzó ese movimiento en el que placer de ambos generaba esa increíble unión, en que se pierde la noción de en dónde estás, de quién está contigo, mientras el tiempo fluye sin que tú lo percibas. Ella gimió apoderándose de sus labios, de su lengua, su cuerpo perdido en el placer que, ese hombre que había conocido hacía minutos, le entregaba.

Esa chispa que se había generado cuando él pasó rozando por su lado para abrirle la puerta del vehículo, ahora eran llamas que consumían su cuerpo. Gemía mientras sentía esa gruesa verga y dura penetrar su vulva, una y otra vez y, cuando él comenzó a golpear duro y rápido haciendo chasquear su carne palpitante, pensó que él buscaba alcanzar su liberación y se centró aún más en el placer de su caliente concha, tratando de unirse al orgasmo de él.

Pero él tenía otra cosa en mente. Retiro su verga que salió chorreando mojando sus muslos y antes de que ella pudiera sentirse decepcionada y abandonada, de rodillas entre sus piernas la tomó de las caderas y con movimiento, como los que ella había experimentado en sus clases de yudo en la academia policial, le dio una voltereta y la dejó de rodillas con su culo apuntando hacia él. Ella iba a decir algo cuando sintió que separaba sus redondas nalgas y le introducía la cabeza y en un solo movimiento penetraba en su concha hasta las bolas. Jeannette esta vez gritó, cuando sus brazos se pusieron lacios e hundiendo su cara en la almohada, acabó nuevamente. Esta vez él la sintió: su concha latía y se apretaba alrededor de su verga mientras ella se quejaba, gemía y apretaba sus manos contra el cobertor. Había llegado el momento, y sin dejarle un respiro comenzó a bombear haciendo chasquear sus nalgas y prolongando su orgasmo. Jeannette chilló, cuando sintió la caliente descarga del semen de Eduardo que inundaba su cavidad vaginal. Éste siguió golpeando hasta que sintió que le entregaba hasta la última gota.

Ella por un momento quiso detenerse. Quería que se retirara para poder tomar su verga y chuparla hasta hacerlo acabar y gritar y experimentar lo que ella estaba sintiendo en ese momento. Pero el placer que le generaba, prolongando aún más su orgasmo, era algo que nunca había experimentado y no tuvo fuerzas y se dejó ir. Esperaba poder hacerlo en otra oportunidad. ¿La habría?

****

María Teresa la escuchaba en silencio, excitada por lo que le estaba contando su amiga y sin poder contenerse, sus dedos habían hecho a un lado la tela de su calzón y hurgaban entre los pliegues de su vulva.

"No pude mamarlo", le dijo Jeannette con la mirada perdida frente a su amiga. "Me dejó tan exhausta que nos acurrucamos y nos quedamos dormidos. Sólo recuerdo que desperté sobresaltada, sin noción de nada. La habitación estaba en penumbras y me encontraba desnuda, pero bajo el cobertor de la cama. Y estaba sola. Me asusté, porque todavía no lograba darme cuenta de lo que había pasado. De pronto las paredes se iluminaron suavemente y vi a Eduardo de pie, desnudo frente a mí con una bandeja y dos vasos de jugo"

"¡Oooh, qué tierno!" dijo su amiga sacando sus dedos de su concha.

"Sí. Y también pude ver que tierno se veía su pico, todavía cubierto de sémen."

"¿Y por qué no te lo comiste allí mismo?" le preguntó María Teresa

"Una tiene su pudor también, amiga. No quería que creyera que era una puta de mierda. Además se hacía tarde. Aunque él me vino a dejar", contestó.

"¿Sabes?" continuó Jeannette mirando fijamente a su amiga. "¿Que en algún momento pensé en llamarte?"

"¡Noo!! ¿Y por qué no lo hiciste?", exclamo ella con cierta decepción.

"Perdona amiga mi egoísmo, pero todo iba tan rápido que no pude detenerme a pensar en cómo te daba la dirección de su casa, que desconocía y en cómo llegarías".

"Bueno, me la debes", le dijo mientras empujaba a su amiga sobre la cama y le tomaba la mano y la llevaba entre sus piernas. Estaba que ardía.

*****

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