La rata - capítulo 04

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Nere es hipnotizada.
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Parte 4 de la serie de 4 partes

Actualizado 06/14/2023
Creado 12/18/2010
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Te llamas Nerea. Sabes que te llamas Nerea porque el vocinglero te lo ha dicho y repetido, una, dos, tres, muchas veces. Eres una mujer. Lo sabes desde siempre. Aunque no te importa hacer recuento de lo que sabes y lo que ignoras, una voz en tu cabeza, una especie de geniecillo, se ha dado a la tarea de indicarte estas cosas. «Eso lo sabes», dice, «Eso es nuevo. Eso también», «Eso lo has sabido desde que eres». No reparas en que esa voz sustituye tu memoria, tampoco fijas mientes en que tus recuerdos no están contigo. Es la voz quien te habla del pasado; tú no recuerdas, aceptas lo que el geniecillo dice y lo que dicen los demás.

Mientras pasean por el parque, ves los rostros de las personas, los árboles, los postes de iluminación, las nubes, globos, sombrillas, bancas, luces, sombras. Una mujer morena aferra la gruesa mano de un hombre rechoncho y de menor estatura; el geniecillo guarda silencio cuando los miras. Algo que yace en un arcano abismo, quizá dentro de ti o quizá dentro del pequeño genio, se sacude, débil, como instándote a nombrar a la pareja. Tus ojos oscuros, de ordinario desinteresados, se fijan en ambos.

—¿Qué miras? ¿A quién ves? --pregunta tu acompañante.

«No sé» --murmura la voz en tu interior.

—No sé --repites dubitativa.

El vocinglero mira a la pareja. El hombre rechoncho hace una mueca que pretende ser una sonrisa, acerca los labios al oído de la mujer morena, se alejan con pasos apresurados.

—¿Los conoces? --pregunta con su voz potente. Un brillo extraño aparece en sus ojos.

«No sé» --insistes desde dentro de ti misma, y del insondable abismo emerge un escalofrío que te enchina la piel.

—No sé si los conozco --respondes mientras abres y aprietas los párpados con rapidez--. No sé...

—¿Por qué los mirabas, entonces? --porfía él, clava sus ojos en tu cara, has crispado los labios.

Intentas responder, pero apenas puedes emitir unos chillidos débiles y desesperados, como de rata agonizante.

De súbito, de las profundidades del abismo una blanca luz explosiona en silencio, consumiéndote con celeridad. El parque desaparece, te miras a ti misma, desnuda, delante de un hombre conocido, sabes que se trata de tu amo, sabes que se trata del inquilino de tu hermana. Aunque el silencio impera, comprendes la escena: se ha aburrido de ti, has pasado varios meses con él, para ti, eso es toda tu vida. Te hace olvidar quien eres con sus palabras, te inventa diariamente; en la escena que contemplas, eres Nerea, una muchacha agresiva tiranizada por la devoción a su amo; pero ahora tienes consciencia de que, a lo largo de lo que consideras tu vida, has sido una perrita que lame las botas de su dueño y bebe agua del retrete, has sido una niña con retraso mental a quien su tío viola por las noches, has sido un muchacho enamorado de su maestro de filosofía, has sido un taburete sobre el que reposa sus pies un hombre que gusta de leer.

Otra visión se propone ante tus ojos: besas a tu hermana, mujer robusta y morena, a quien deseas con vehemencia; lames la gruta entre sus piernas, ansiosa de liberar el manantial de su gozo, ella se comporta como un cachorro juguetón y hambriento, se retuerce con el placer que le ofreces, pero busca tus tetas, necesita alimentarse; incapaz de cargarla entre tus delgados brazos, la recuestas en el suelo y te apoyas sobre tus manos y rodillas; como una perra que deja a sus crías ya crecidas alimentarse, le das acceso a tu pecho de perenne adolescencia.

Ahora estás huyendo, tu hermana te persigue; corres, tropiezas, ella sigue de frente, como si no te hubiese visto, te levantas, corres en dirección opuesta, a los brazos del hombre que te ha llevado al parque. Te abraza, aferra tus enjutas nalgas. Sabes que apretaste los párpados, pero percibiste la presencia de tu amo, el inquilino de tu hermana y tu cuñado. El vocinglero entrega dinero al inquilino. Estás con tu amo. La blanca explosión destruye las visiones. ¡Chas! Tu corazón se agita. ¡Chas! El geniecillo chilla. Eres tú, es tu voz minúscula que recorre los recovecos de tu ser, el eco de la Nerea que fuiste, la imagen de la Nerea que eres: una diminuta plaga atrapada en el laberinto de ti misma. Tú eres el geniecillo. Ardes. ¡Chas! Silencio.

✽ ✽ ✽

Bostezas. La modorra te abandona. Frotas tus párpados con las manos como para desperezar la vista. Una figura humana se yergue delante de ti, la luz que cae a sus espaldas ensombrece su faz.

—¿Cómo te sientes? --inquiere su voz recia.

Bostezas nuevamente antes de responder.

—He tenido un sueño muy extraño.

—¿Ah sí? --tiende la mano hacia ti--. Cuéntamelo mientras volvemos a casa, ¿vale?

—Sí, está bien.

Tomas su mano y te levantas. Has dormido sentada en una banca del parque.

—¿Qué soñaste?

—Una tontería, que yo tenía una hermana. ¡Imagínate!

—Nerea, Nerea, ¿de dónde sacas esas cosas?

—No lo sé --dices convencida--. Y que un hombre me vendía.

—¿Un hombre?

—Sí, de voz como de sabio. Y era mi amo.

Quien te acompaña suelta una risotada.

—¡No te rías! Es en serio.

—Claro que es en serio, Nere --concede él con aire paternal--. ¡Mira! Allá está la pareja de hace un rato.

Vuelves la cabeza. Una mujer morena y robusta aferra la gruesa mano de su acompañante, un hombre rechoncho y de baja estatura. Él hace una mueca, como si intentara sonreír; los alcanza otro hombre que te mira y sonríe.

—¿Los conoces?

Niegas con la cabeza.

—Bien, vamos a casa, entonces.

—Vale.

—¿Sabes dónde está?

—¡Claro que lo sé! --prorrumpes con entusiasmo--. La casa está en Aquí.

Tu acompañante ríe y echa a andar.

Mientras se alejan, no te das cuenta de que tu cuñado los observa y dice a su inquilino:

—Tengo que admitirlo, te luciste.

Luego a su mujer:

—¿Ves, nena? Te dije que ella estaba feliz, igual que tú.

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