Mónica y Cecilia

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Unos inocentes ligues llevan a una situacion imprevista.
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Ya hacía bastante tiempo que habíamos cenado, Mónica estaba sentada junto a Rafa en un banco del amplio porche viendo las estrellas. Yo, Cecilia, estaba con Vicente en otro banco no lejos de ellos y en la misma actitud.

Vicente me acariciaba la espalda, los costados y el contorno de mis caderas y muslos. Yo le devolvía las caricias en el pecho y sobre sus brazos, ambos increíblemente bien formados y firmes. Mientras, nos besábamos apasionadamente.

Tanto Vicente como Rafa formaban parte de un cierto equipo de balonmano que se alojaba en el mismo apartotel.

Mónica y yo estábamos de vacaciones. Las dos éramos residentes de ginecología en un gran hospital de Madrid, llevábamos ya una semana de descanso en el establecimiento y habíamos ligado con Rafa y Vicente durante la cena, de la forma más natural. Al terminar de cenar les habíamos acabado de separar del resto de sus compañeros e invitado a tomar algo en la habitación que compartíamos y nos habíamos sentado en el porche donde el aire tibio del anochecer, nuestra juventud y el evidente atractivo entre nosotros empezaba a llevarnos al hermoso terreno de la verdadera relación hombre-mujer, ese tipo de relación para la que se creó la división por sexos.

Las caricias que nos prodigábamos Vicente y yo se estaban volviendo más y más eróticas, él contorneaba con insistencia mis senos, cuyos pezones sentía despuntar y rozar agradablemente contra el tejido de mi sujetador, y yo le acariciaba la parte interna de sus increíblemente musculados muslos.

Durante nuestros juegos eróticos no pude resistirme a observar a mi amiga Mónica y a su compañero, igual, supongo, que ella nos observaría a nosotros, Lo que vi me dio envidia y me hizo pensar que la vestimenta de mi amiga favorecía mejor la situación ya que un brazo de rafa se perdía por debajo de la minifalda de Mónica y se apreciaba el bulto de una mano jugueteando con sus generosos glúteos. Yo, en cambio había escogido unos pantalones tipo pitillo, que no favorecían tales avances. Mónica no se quedaba a la zaga y había desabotonado la camisa de Rafa y recorría su hirsuto pecho con sus labios.

Vicente acercó sus labios a mi oreja y escuché:

- ¡Cecil, te deseo. No puedes imaginar cuanto!.

- Respondí. Yo también a ti. Ven conmigo.

Me levanté, le ofrecí mi mano y lo guié hasta el interior del dormitorio donde estaban nuestras dos amplias camas. Le hice sentar en el borde de la cama y empecé a desabotonarme la blusa, frente a él, sin dejarle de mirar. El me sostenía la mirada pero estaba más atento a las partes de mi cuerpo que iban quedando expuestas. Lentamente y con un gesto que, había comprobado anteriormente, aunque banal para las mujeres, suele gustar mucho a los hombres, dirigí mis manos a mi espalda para, parsimoniosamente, desabrochar mi sujetador. Luego con movimientos suaves pasé mis dedos por debajo de los tirantes de cada hombro haciéndolos caer hacia los lados. Entonces el peso de mis senos hizo caer la prenda que se deslizó hasta el suelo ayudada por la postura de mis brazos. Vicente me tomó por la cintura suave pero firmemente y me acercó a él, hundió su cabeza entre mis generosos senos y besó mi pecho entre ambos. Quedamos así enlazados durante un buen rato. Luego me separé despacio unos centímetros y lentamente desabotoné mi pantalón, lo abrí y bajé, con bastante dificultad ya que los suelo llevar ajustados. Ya solo tenía dos prendas sobre mí. Mis bragas y mis zapatos de tacón de corcho.

Puse mis dedos en el interior del elástico de mis bragas y las fui enrollando alrededor de mis caderas y nalgas hasta que cayeron hasta mis rodillas casi como un canuto. Ayudé a su caída hasta los tobillos con un movimiento de rodillas. Saqué un pié y luego el otro y me sentí atraída por las fuertes manos de Vicente hasta que su cara se hundió en mi vientre y sus brazos me estrechaban por encima de mis nalgas.

Mientras Vicente besaba mi pubis, entreteniéndose especialmente en el Monte de Venus, cubierto de un corto y bien perfilado vello, sentía mi cuerpo invadido por unas oleadas de calor y energía extraordinariamente agradables que me hacían sentir muy viva y aguzaban mis sentidos. Mónica y su compañero entraron en la habitación y ella lo condujo de la mano hasta la cama. No pude ver mas porque Vicente me atrajo con firmeza hasta colocarme de costado sobre la cama donde nuestras bocas se volvieron a juntar en torbellinos de placer mientras nuestros brazos acariciaban y abrazaban y nuestras piernas se entrelazaban.

La ropa de Vicente me molestaba así que empecé a quitársela impúdicamente, estaba en medio de un remolino de pasión erótica y me dejaba llevar con el mayor abandono, Vicente tenía respiraciones largas que henchían increíblemente su bello pecho y también estaba en la cresta de la ola del erotismo. Me incorporé de la cama para quitarle los pantalones a impacientes tirones descubriendo un slip que apenas podía contener una extraordinaria erección. Me arrodillé en la cama y comencé a enrollar los calzoncillos alrededor de sus caderas, él arqueó su cuerpo para facilitarme el trabajo mientras una de sus manos me acariciaba deliciosamente la espalda. Liberado del tejido su inhiesto pene salto como un resorte. Mi mano apenas pudo abarcar sus testículos para acariciarlos mientras mi boca buscaba otra vez la suya para besarnos con lujuria como anticipo a la auténtica cópula que estaba en camino. Mi mano se deslizó hacia la raíz del pene y luego se desplazó por todo el falo. Mi trabajo hacia que todo su cuerpo vibrara y su beso se hiciera más demandante, mucho más masculino.

De la otra cama procedían suspiros y gemidos de placer, así como el sonido de cuerpos rodando encima de las sábanas y labios separándose. Evidentemente mi amiga y su compañero estaban en una etapa similar a la nuestra.

Mi macho me separó un poco, luego me besó el cuello con unos chupetoncillos deliciosos que hubiera querido que continuara mucho mas, luego me empujó con firme dulzura de espaldas a la cama y, en una cadena de besos, chupetones y lametones se plantó en mi Monte donde se concentró, para mi inmenso placer, durante un rato. Durante el proceso sus manos nunca dejaron de jugar con mis senos y sus pezones, unas veces acariciándolos, otras pellizcándolos otras como amasándolos.

Miré fugazmente y como en un sueño a la cama de al lado y vi a Mónica de costado hacia mi, con los ojos cerrados mientras su macho la tenía abrazada desde atrás por encima de sus senos y le besaba el cuello y la nuca. Ella murmuraba algo que yo no podía oír y una de sus manos conseguía acariciar la cabeza de él.

De pronto mi propio cuerpo experimentó un salto en el nivel de excitación. Mi macho había introducido suavemente su cara entre mis muslos y su boca empezaba a juguetear con mis labios externos. Su lengua buscaba a tientas mi clítoris. Lenta y suavemente separé mis piernas para facilitarle el camino. Mi corazón aceleraba, me sentía deseada y deseante. Mis manos buscaron su cabeza y cuando sentí una húmeda y agradable presión en ese punto exacto de mi clítoris apreté su cabeza firmemente contra mi como transmitiendo el mensaje de que había llegado a mi punto preferido. Mi macho entendió el mudo mensaje y se concentró en dicho punto y alrededores haciéndome subir una espiral de placer que me hacía tender y distender los músculos de mi espalda, temblar y proferir sonidos ininteligibles mientras mis manos se crispaban en su pelo y lo animaban suavemente a proseguir.

Cuando alcancé mi primer orgasmo continúe en ese nivel de placer pero mi mente se dirigió al pene. Necesitaba el pene de mi macho. Me fui moviendo hacia un lado y estiré la mano hasta tomarlo por el falo. Él entendió el mensaje y acercó su pelvis hacia mi sin dejar de cebarse con mi clítoris. Cuando sus genitales estuvieron sobre mi cara mis manos masajearon sus increíbles testículos el propio falo y ambas cosas, luego lamí su glande con fruición y chupé repetidamente sus testículos para deslizar mi lengua desde los testículos hasta la punta de glande y metérmela en la boca todo lo que pude frotándola con mi lengua ávidamente. En ese punto pude saborear un poco de dulce líquido preseminal.

Instantes después me desplacé hacia un lado y, con gestos dirigí a mi macho para que se tumbara de espaldas sobre la cama, entonces lo cabalgué a la altura de sus caderas, levanté una de mis piernas mientras con una mano guiaba su pene hasta la entrada de mi vagina. Entonces sentí como sus potentes manos se apoderaban de mis caderas haciendo una irresistible tracción hacia abajo mientras su pene me penetró totalmente, expandiendo mis entrañas, hasta que sus testículos hicieron de tope apretados contra mi trasero. Mi vagina estaba bien lubricada y preparada para el sexo por lo que todo fue acompañado de deliciosas sensaciones. Me incliné, él me tomó por mis tetas, y nuestras bocas se volvieron a juntar sensualmente. Su pene adquirió movimiento dentro de mí y un lento ritmo de vaivén empezó a enviar oleadas de placer a través de mi espalda. El nivel de placer orgásmico aumentó un punto y cabalgué aquel pene acompasando mis movimientos a los de él para acentuarlos lo más posible. Los dos jadeábamos como animales copulando.

Miré hacia mi amiga y la vi apoyada sobre sus codos, con las manos sobre su boca tratando de sofocar sus gemidos y sus ojos desmesuradamente abiertos. Sus rodillas separadas facilitaban la monta que su macho le estaba dando al tiempo que la sujetaba con un brazo sobre sus tetas bamboleantes con cada embate de Rafa. Ésta visión disparó otro pico de placer que se derramó en mi en forma de delicioso y convulsivo orgasmo. Fue entonces cuando mi macho, sin dejar de penetrarme, nos volteó poniéndome a mí de espaldas sobre la cama. Puso sus brazos en la parte interna de mis rodillas y me abrió más si cabe, sentí con aquello su pene forzando la puerta de mi útero y creí perder la conciencia por la intensidad de la cadena de orgasmos que me sacudían.

Un buen rato después sentí como el pene de mi macho aumentaba su volumen y se clavaba literalmente en mi útero para soltar tres firmes y calientes chorros de esperma entre un sofocado grito de placer que le salía del fondo de su pecho. Yo le tomé la cabeza y la hice reposar sobre mi hombro quedando los dos en un estado de abandono y relajación extraordinariamente agradable.

Lentamente fuimos cobrando movimiento. Yo seguía con el pene de mi macho en mi interior, claro que su erección perdía presión por momentos. Sentí un roce en mi mejilla y giré la cara hacia allí para encontrarme a Mónica junto a mí. Me sorprendió verla tan cerca en aquella situación. Iba a abrir la boca cuando fue ella la que me habló y lo que oí me dejó pasmada.

Oye Cecil, Rafa y yo acabamos de echar un polvo genial y es el caso que yo estoy caliente a tope todavía, necesito mas sexo ya, así que habíamos pensado que Rafa llame a algún compañero del equipo para seguir conmigo mientras el se recupera. ¿Te molestaría?

Acerté a balbucear --N n n no! Cuando escuché a Vicente decir - ¿Y si traemos a algún compañero también para ti mientras yo también me recupero, porque está claro que también estás supercaliente y puedes seguir disfrutando.

En este momento me pasó algo que no me había pasado nunca antes. Aún considerando todas las prevenciones que la parte racional de mi cerebro me desveló, respondí llevada por la lujuria y la sobreexcitación de mis sentidos. Evidentemente conteste que era una buena idea.

Mientras Rafa iba en busca de sus compañeros Vicente me besaba tiernamente en el cuello mientras me ceñia a su cuerpo. Mi cuerpo aún en esa meseta de placer de la que todavía no me habían bajado respondía a los estímulos y en mi mente las últimas consideraciones racionales cedían ante el empuje de mi desencadenado deseo sexual. Mis temores sobre posibles contagios, el miedo al sexo con desconocidos, el desconocimiento de cómo actuar al estar por primera vez con dos hombres al mismo tiempo fueron barridos por el vendaval de deseo que me gobernaba.

Mi macho me apretaba fuertemente contra él, sentí como su pene ganaba en dureza poco a poco contra mi vientre y noté como un riachuelo de esperma salía de mi vagina. Todo esto fue como añadir gasolina al fuego de mi excitación.

Tenía los ojos cerrados como para concentrar mi goce cuando escuché a Vicente que decía:

- Mira Cecilia, estos son mis compañeros Eduardo y Luis.

Como un rayo pensé: ¿Cómo Eduardo y Luis?¿Dos?. ¡Ah, claro uno de ellos se irá con Mónica!. Abrí los ojos y miré hacia la cama de Mónica y vi, con horror y sorpresa, que ella también estaba rodeada por tres hombres.

Mi mente racional, alimentada por el miedo volvió con fuerza y estuve cerca de negarme y terminar con aquello, sin embargo su último intento no tuvo la fuerza suficiente y me encontré a mi misma pronunciando estas palabras:

- ¡Hola chicos! Bienvenidos a la fiesta.- Como si fuera una reina experimentada del sexo en grupo.

Segundos después me rodeaban tres hombres desnudos con sus ojos llenos de lascivia y yo devolviéndoles la mirada con no menos deseo y un toque de desafío, dando a entender una cierta duda en que entre los tres pudieran satisfacerme. ¡Mi mente racional, ahora apartada al papel de mera espectadora, no salía de su asombro!

Mis manos se dirigieron a sendos escrotos que tenían a su alcance y los acariciaron y sopesaron sorprendiéndose por su peso y volumen así como por su suavidad y la hermosa erección bajo la que reinaban.

Uno de los recién llegados, ya había olvidado su nombre, se movió sobre sus rodillas, se posicionó delante de mis juntos tobillos, deslizó sus manos desde éstos hasta mis rodillas separándolas. Acto seguido sentí su lengua separando mis labios mayores buscando algo en la entrada de mi vagina. Tuve un impulso e iba a advertirle que allí ya se encontraba una carga de esperma de Vicente cuando sentí que había encontrado mi clítoris y jugando con el me enviaba impetuosos flujos de placer. Comprendí que habría encontrado ya el esperma de su compañero y no debía importarle a juzgar por la determinación con la que gratificaba a mi clítoris por lo que me callé y seguí disfrutando.

A partir de ese punto me convertí en una especie de objeto de placer para los tres machos que me rodeaban. Lo que ellos no sabían es que ellos mismos se habían convertido en mis servidores ya que nunca bajé de un nivel de placer que no había alcanzado nunca hasta que, unas horas después, terminado todo, comenté la noche con mi amiga.

Aún no sabía que la noche solo acababa de empezar para mí y, durante toda ella, nunca dejé de sentir varias manos sobre mi cuerpo y penes frotándose contra mí o penetrándome. En aquel momento noté una mano sobre uno de mis senos- yo tenía los ojos cerrados disfrutando del magistral tratamiento que recibía en mi entrepierna- y la presión y el olor de un glande sobre mis labios. Entreabrí un ojo y vi que era Vicente, esbocé una sonrisa y recibí su pene, ya en plena erección, en mi boca. El tercer macho me cogió la mano que seguía en su escroto y la guió para que atendiera a su falo, de una dureza sorprendente, noté un líquido viscoso que se deslizaba entre mis dedos, volví a abrir un ojo y vi que procedía de un frasco de lubricante que alguno de ellos habría traído. Lo cierto es que favoreció mucho mi trabajo sobre su falo. Aproveché para entrever a Mónica que era penetrada despiadadamente por un gigantesco jugador de balonmano que la tenía a cuatro patas sobre la cama. Con cada embate del jugador salía despedida hacia delante donde la esperaba un grueso pene que la penetraba inverosímilmente por la boca. Había un tercero por debajo de ella que no pude ver bien lo que le hacía a mi amiga, algo bueno seguramente a juzgar por los jadeos y gemidos de placer que emitía cuando su ocupada boca quedaba un instante libre.

Volviendo a mi persona había alcanzado ya varios y deliciosos orgasmos y me mantenía en esa meseta de excitación desde la que despegan los orgasmos. Me estaba gustando darle placer con mi boca y lengua a Vicente, la mezcla de saliva y líquido preseminal tenía un sabor agradable. De pronto, suavemente me retiró su pene de la boca dejándome algo sorprendida, pero enseguida comprendí que se trataba de un cambio de posiciones. Nunca había tenido, debería decir disfrutado, de sexo en grupo y, aparte de la inmensa cantidad de fuentes de placer que ello proporciona había otra fuerte sensación que fue la que me impulsó a tener otras experiencias en grupo; se trata de una sensación mezcla de placer y poder. Yo soy una mujer normal en buen estado físico pero que parecía una muñeca de trapo en manos de aquellos jugadores de balonmano y sin embargo ejercía un poder y una fascinación sobre ellos que me hacía sentir que podía controlarlos con mi frágil cuerpo simplemente usando mis cualidades de mujer para complacerlos, haciéndoles ascender hasta su orgasmo y últimamente extrayéndoles todo el esperma que fueran capaces de producir. Esto se unía a otra sensación como de abandono que provenía del hecho de no tener ninguna relación sentimental con ninguno de ellos lo que convertía nuestro intercambio en sexo puro y duro y allí todos los cuerpos, y el mío en mayor medida, eran usados para proporcionar placer a otro u otros.

El cambio de postura se produjo, el macho cuyo escroto había estado acariciando se tumbó de espaldas sobre la cama, su pene apuntaba al techo. Cuatro brazos me levantaron como si no pesara nada y me transportaron, de espaldas, hacia dicho pene. Mi vagina estaba bien preparada para recibirlo, sin embargo cuando me bajaron sobre él noté algo que no había notado nunca antes. Fue una sensación como de quemadura acompañada por una enorme dilatación, dolor y.......sorpresa. ¡Por primera vez en mi vida tenía toda la longitud de un gran pene dentro de mi ano! Sabía que me había penetrado en su totalidad ya que sentía sus testículos apretados entre los dos. La perdida de mi virginidad anal se produjo fundamentalmente porque al no esperármelo mi esfínter estaba relajado y por la buena lubricación de la verga que me penetró.

Estaba muda de asombro y curiosidad intentando adaptarme a la situación y analizar las sensaciones que me producía ese acto primerizo pero no pude mantener la concentración el tiempo necesario ya que inmediatamente el otro macho me penetró la vagina sin más preámbulos.

¡Estaba atónita! ¡Tenía dos grandes falos dentro de mi! Siempre había supuesto que era imposible, al menos para mí, y allí estaba expectante, temerosa y desamparada.

Ambas vergas estuvieron unos momentos quietas aunque presionadas contra mi y, casi simultáneamente empezaron a adquirir un movimiento de vaivén, a veces acompasado y otras no. A medida que me dí cuenta que, además de soportarlo, estaba entrando en una fase extremadamente placentera, me fui relajando y comencé a disfrutar. La sensación de posesión y el deseo que sentía en los dos machos que me servían me hacía galopar hacia niveles de placer que me eran desconocidos.

La mano de Vicente se apoyó en mi mejilla e hizo girar suavemente mi cabeza hacia él. Sentí su pene sobre mis labios, entreabrí mis ojos y le vi sonriéndome. Abrí mi boca para él y me acuerdo que pensé: ¡Claro 3 el número perfecto!. Traté de hacerle una buena felación pero reconozco que no fue de calidad ya que mi goce proveniente de la doble penetración me hacía pasar por trances muy egoístas donde casi perdía el conocimiento. Particularmente durante un impresionante pico orgásmico mantuve el pene en mi boca diría casi por cortesía ya que me concentré en sentir y disfrutar. Aquello no le importó a Vicente puesto que tranquilamente empezó a usar mi boca como si hubiera sido mi vagina y al poco tiempo lo sentí crecer y estallar, noté su esperma salado en la parte trasera de mi lengua y casi me hace atragantarme, tuve que tragar una parte, como pude y la otra afloro en las comisuras de mis labios y alrededor de su pene entonces bien dentro de mi boca. Por fin se retiró y pude respirar tranquila y centrarme en mis sensaciones con los dos otros machos. Ambos estaban en la parte final de la cópula y me asaltaban con desesperación y ansiedad. Yo los recibía con entusiasmo y cuando ambos coincidían dentro de mi creía que me iba a desvanecer de pasión y deseo. Por fin ambos se alojaron bien hondo dentro de mí, se expandieron más y soltaron lo que a mi me pareció como latigazos de esperma caliente en varios disparos que inundaron mis entrañas sin dejar de emitir una mezcla de sonidos guturales y exclamaciones de placer.

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