Vecino a Vecina

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Ella se resiste, pero viola su cuerpo.
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Despuésde diez años de vivir en un pequeño pueblo con cerca de 700 personas, notoriamente intolerante y conservador, Rebecca y Tomás, querían encontrar un lugar más liberal para vivir.

Ellos nunca habían encajado, sobre todo Tomás. Rebecca había hecho amigos, pero ella nunca podía abrirse realmente con ellos. Especialmente sobre la política y la religión.

Así que se trasladaron y encontraron un buen lugar en una ciudad universitaria donde pudieran expresarse libremente, a su antojo. Se llevaron todas las antigüedades y obras de arte que habían acumulado antes, pero empezaron a reunir cosas nuevas, más coloridas y estimulantes.

Su nuevo hogar sería realmente divertido ahora, no sólo una casa de campo en un pueblo. Lo primero que hicieron fue conseguir un par de computadoras y conexión a Internet. Rebecca usaba la suya para llevar las cuentas y atender correos electrónicos de amigos y de la empresa. Tomás utilizó la suya pero de manera más sórdida, empezó pasar gran cantidad de tiempo en su habitación. No habían tenido sexo en meses.

Cuando Rebecca se acercaba a él con pequeñas caricias, tratando de inducirle a tener algún juego sexual, solo acababa en un abrazo, una sonrisa y él volvía a sus búsquedas en la computadora. Se estaba convirtiendo en un gran problema para Rebecca. Ella siempre había sido una mujer muy sexual. La pérdida del sexo fue un duro golpe.

Nunca había imaginado estar con ningún otro hombre que Tomás, pero ahora comenzó a soñar con otros hombres. Y soñaba con ellos haciendo cosas con ella que sólo Tomás había hecho. E incluso algunas cosas que nunca había hecho. Estaba tan caliente como nunca había estado en toda su vida

Seis meses después de que se mudaran, otra persona ocupó la casa adjunta. Un equipo de mudanza estaba metiendo todo el mobiliario. Rebecca vio con destellos a los hombres de la mudanza que eran grandes y fuertes y eso la hacía humedecerse tan solo de pensar en lo que podían hacer por ella sexualmente. Pero nunca pensó seriamente en acercarse a ellos.

Ellos estaban haciendo su trabajo y no tenían tiempo para ella. En cualquier caso, se fue a su habitación y masturbó con sus dedos su húmedo coño afeitado. Se quedó en la cama durante una hora entera imaginando lo que harían con ella si irrumpieran en la casa. Ella se resistiría, por supuesto, pero serían demasiado fuertes para ella y, finalmente, tendría que ceder y dejar que la usaran.

Imaginó a uno de ellos forzando con su polla su boca y haciéndola chupar hasta que él le disparara su esperma. A medida que otro estaría entrando en su coño a lo perrito. Ella podría empujar hacia atrás y tomar más de esa polla en su coño.

Al tanto que ellos dispararían su esperma a la vez y ella sentiría un chorro de semen hasta su coño y otro más que fluye de su boca. Ella no pararía de descremarlos como una puta y chuparía tanto como quisiera. Al menos, eso era lo que ella imaginaba. Pero los hombres de la mudanza completaron su trabajo en un día y se marcharon.

Fue después de haber completado su trabajo que notó por primera vez al nuevo vecino. Ella estaba mirando a escondidas por las cortinas y se dio cuenta de lo guapo que era. Alto, con el pelo rubio peinado hacia atrás, sus ropas estaban sueltas pero podía decir que estaba bien vestido. En realidad, a Rebecca le parecía un buen partido tanto física como visualmente.

Rebecca era alta y tenía las piernas de una bailarina. Tenía el pelo rubio y caía en ondas sobre los hombros. Ella se había mantenido en forma los últimos años tras caminar y levantar algunas pesas, mientras que Tomás se había dejado ir. Había ido ganando peso y no parecía pensar que era un problema.

Rebecca si vio el problema, pero ella amaba a su marido, sólo deseaba que se convirtiera en el viejo Tomás para darle la cogida que tanto necesitaba. Ahora estaba un poco obsesionada con el nuevo vecino. Tanto que pasó a comprobar el nombre en el buzón de correo, mientras daba su paseo matutino. Fue Juan Johnson. Qué nombre. Johnson era otro nombre para una polla en inglés. Se preguntó qué clase de "Johnson" tendría.

Se fue a casa y comenzó a jugar con sus manos hasta alcanzar un pequeño orgasmo. Estaba deseando conocer a este tal Juan. No pasó mucho tiempo. Había una fiesta en la calle la próxima semana.

Todos se reunieron en la calle más corta y llevaron comida, algunos guisos y sopa caliente. Era un buen momento para conocer a los vecinos. Rebecca se dio cuenta de que Juan paseaba por ahí y miraba alrededor. De repente, sus ojos se detuvieron justo en Rebecca. Fue, literalmente, mirando fijamente y una amplia sonrisa difuminó su rostro. Empezó a caminar directamente hacia ella.

Tomás estaba de vuelta en la casa, en su habitación haciendo Dios sabe qué con su ordenador. Ella esta sola en la entrada y con un poco de miedo sin ninguna razón. Sin embargo lo instaba a venir con la mirada, aunque ella nunca le había sido infiel en diez años de matrimonio a Tomás. Juan se acercó más y más y se puso justo delante de ella. "Eres mi vecina, Rebecca, ¿no? Te veo salir por la mañana. Ya sabes, vamos a ser muy amigos. No hagas planes para mañana. Voy a visitarte en tu casa."

Tomás estaría fuera por su trabajo de medio tiempo en la mañana. Esto era malo. Ella tenía miedo. No sabía qué hacer. Ella debía decirle a Tomás lo que sucedía, pero algo la detuvo. Era una buena mujer, ella lo sabía. Este Juan era demasiado abrumador en su confianza. Tendría que haber dicho que no, sólo una vez, pero por alguna razón no lo había hecho. No quería que sucediera nada entre ellos. Pero se había dejado convencer.

Al día siguiente, después de que Tomás se fue a trabajar, sonó el timbre de la puerta. Se había puesto su sudadera para ser un poco menos atractiva. Abrió la puerta y entró Juan sin invitación. "Quítate la sudadera. Las odio en las mujeres. Hazlo ahora!" Quería gritar "no", pero se quedó atónita, no se movió. Juan agarró sus brazos y la besó. Trató de no responder, pero estaba hambrienta de amor. Su boca se abrió y él metió su lengua. Entonces ella volvió en sí y se separó. "No puedo hacer esto. Estoy casada. Soy una buena mujer." Juan se limitó a sonreír y la miró a los ojos, fijamente a los ojos. Se acercó de nuevo y comenzó a quitarle la sudadera.

Ella luchó, pero no con toda la fuerza que pudo haber reunido. Ella pensó que quería que ese momento llegara. Pero aún simuló una lucha que sabía era solo simbólica simbólica. Finalmente, toda su ropa estaba quitada y ella no llevaba bragas. No se las había puesto hoy por una razón perdida en las profundidades de su mente.

"Ponte de rodillas. Me vas a chupar la polla, ya la tengo muy dura. Hazlo ahora, puta." No quería hacerlo, pero se dejó caer de rodillas. Su boca empezó a babear como siempre lo hacía cuando iba a chupar la polla de Tomás.

Juan metió la mano en su pantalón, sacó su polla endurecida, la agarró del pelo y metió su polla en la boca de Rebecca. Le agarró su pelo rubio y la follaba la boca de adentro hacia fuera. "Usa tu lengua en mí, puta." Ella lo hizo. Ella lamió arriba y abajo y alrededor de su pene. Ella amaba chupar y esta era una gran polla. Se sabía que había sumergido en la miel antes de venir. Era pegajosa, dura y enorme.

Ella estaba en el cielo. Su coño estaba goteando sobre la alfombra. Por fin, cuando él sabía que ella había alcanzado el orgasmo, empezó a disparar su esperma en la boca. Mantuvo la cabeza sujeta y miró la boca llena con su esperma. "Cómelo todo ahora, que coñito sórdido." Ella lo hizo, siguió las órdenes y empezó a correrse, mientras que el semen corría por su garganta. Luego él retiro la polla, se la metió en sus pantalones, dio media vuelta y salió de la casa. No dio agradecimientos ni nada.

Rebecca juró que nada como esto volvería a suceder. Estaba tan segura que ni siquiera se molestó en decírselo a Tomás. Seria causar problemas, y nunca sucedería de nuevo, en realidad, aunque ella sabía que no sería así. Al rato vio a Juan caminando por la casa y recordaba el gran sabor de su esperma, pero juró que no volvería a suceder.

Al día siguiente sonó el timbre. Tomás estaba en el trabajo en la mañana de nuevo. Se acercó a la puerta y otra vez Juan se abrió paso y se quedó con los brazos en jarras mirándola. Hoy llevaba un vestido de verano. Ella se sonrojó con las olas de lujuria que pasaron por ella, pero no iba a hacer nada. Ella se lo había jurado a sí misma.

"Pon tu culo en el sofá. Tira tu vestido. ¡Hazlo coño!" Ella se mantuvo firme. No estaba siguiendo las órdenes de este momento. Él la cogió por la cintura y la arrojó en el sofá. Ella podría haberse levantado e irse, pero por alguna razón se quedó donde estaba.

"¡Eres es un hombre horrible, Vete!" Pero se quedó en el sofá, y de alguna manera su vestido se deslizó por las piernas como un bailarín. Eran largas, elegantes y encantadoras.

Juan se dirigió hacia ella. Ella no se movió. Sus brazos se quedaron pegados a sus costados. Estaba temblando de miedo y de deseo. Ella quería esto y al mismo tiempo lo odiaba. Juan se movió entre sus piernas. Cogió su ropa interior y con sus poderosas manos las arrancó y las arrojó lejos. Podía ver su coño afeitado y fugaces jugos asomándose ya. Se levantó, se quitó toda su ropa y volvió entre sus piernas. Tomó cada pierna y las puso en sus hombros. "Por favor, no."

Pero su coño dijo que sí, ella no luchaba, Dios, necesitaba una polla en su coño. Él agarrando su polla con una mano se metió en su vagina. Se deslizó como un cuchillo caliente en mantequilla. Empujó toda su polla hasta el fondo poco a poco y con una expresión de pura lujuria en su rostro. En su rostro ella demostraba que era un éxtasis imprevisto. ¡¡Ella quería tanto esto! Pero pensó que tenía que fingir y oponer resistencia. Empujó el pecho de Juan, pero terminó tirando de él hacia abajo y lo besó apasionadamente, mientras él cogia ese coño jugoso. Ella estaba goteando alrededor del pene escurriendo hacia su ano virgen.

Tomás nunca había querido coger su culo. Pensaba que era algo sucio. Con los jugos haciéndole sentir cosquillas en el ano, ella soñaba con hacerlo. Empujaba contra esa polla enorme que le provocaba correrse sin parar. Él la cogió como si fuera una prostituta que había comprado y pagado, y disfrutaba de cada minuto de ella. Su pene estaba tropezando con el cuello del útero y otra vez estaba deseando y pidiendo su esperma para llenar su coño.

Ella agarró su culo y lo atrajo aún más profundo follando tan duro como siempre había querido. Por fin, la polla empezó a chorrear cuerdas de esperma en su coño hasta llenarlo por completo. Él se detuvo y mantuvo su polla dentro de ella y luego se movió haciéndola temblar de la lujuria. Luego se retiró lentamente y vio como todo su semen goteaba despacio de su coño y entre sus nalgas. Entonces él se levantó bruscamente, se puso toda su ropa rápidamente y se fue. Ni una palabra más.

"No más. No más. Esto tiene que parar. Yo no quiero esto para mí o Tomás. (Ella juró que era la última vez. Que no necesitaba de tanto sexo como para ser infiel a su marido) No más." Así que a la semana siguiente, cuando Juan llegó a la puerta y comenzó a entrar, puso sus manos sobre su pecho y lo empujó hacia la puerta abierta.

"No. No vas a venir en este momento. No más. Esto tiene que terminar." Se detuvo, la miró a los ojos, y poco a poco se alejó. "Oh Dios, oh Dios, necesito esto, maldita sea. Lo necesito." Ella lo agarró del brazo y se encimó sobre él. "¿Dónde está el dormitorio. Igual que en mi casa?" Preguntó él. Ella asintió con la cabeza. "Esto no debería estar sucediendo. Esto no debería estar sucediendo." Pensaba.

Pero fue ella la que aceptó y ya no estaba luchando. La llevó al dormitorio principal en la planta baja. La puso de pie y comenzó a quitarle la ropa de su hermoso cuerpo. Sus pezones sobresalían de sus tetas en forma de manzana y su coño sin vello estaba mojado. Lanzó su propia ropa en una esquina. Se puso de pie delante de ella más cerca. Su polla empujó contra su vientre y sus tetas apretaban contra su pecho. Sus pezones le hicieron cosquillas.

Comenzaron a besarse con los brazos apretados alrededor de ella y ella a su alrededor. Ahí mismo la penetraba sin salirse hasta que ella comenzó a correrse y mojar sus piernas. Empezó a temblar y él la levantó, para luego depositarla suavemente en la cama grande. Había perdido algo de su comportamiento agresivo anterior con su completa sumisión. Él había usado a su antojo su boca y su coño. Ahora era el momento de utilizar su ano. Ese agujero donde ella era virgen. Él no lo sabía.

Una vez más la separó las piernas y las colocó sobre sus hombros, pero esta vez él se agachó y metió dos dedos en el coño. Los sacó viscosos y húmedos, y luego los metió en su culo. Ella se echó hacia atrás con sorpresa. Nadie había estado nunca en su ano.

Pasó el dedo para dejarlo mojado y listo. Luego la metió la polla en el coño y la cogió. De golpe, sacó su polla y comenzó a joderle el culo. Él empujaba con fuerza. Ella gritó, lloró. Luego se quejó de lujuria. Hasta que le pidió que le diera más polla. Él estaba cogiéndole el culo por primera vez y ahora ya no era virgen en ninguna parte de su cuerpo. La follaba tanto que su coño filtraba lubricación hasta su culo aún más.

Juan cogía y lo disfrutaba porque su culo era tan apretado que aprisionaba su enorme polla. Era casi como si ella estuviera chupándole la polla. Juan creía que nunca había cogido un mejor culo que este. Metió la mano debajo y pellizcó el clítoris. Lo frotó y lo pellizcó. Entonces cuando ella gimió de nuevo metió un dedo en el coño y lo frotó un buen rato. Ella se retorcía con lujuria y pasión. Por fin no pudo contener su esperma más y sus cadenas de esperma se dispararon en su culo. Ella lo sintió por primera vez y fue exquisito.

Poco a poco se retiró y su culo seguía chupando la polla como si fuera reacio a dejarla ir. El pene suave salió finalmente. Se limpió el semen, se lo alcanzó a Rebecca y se lo hizo comer. Y luego se echó a reír cuando ella lamió su semen. Rebecca fue follada por Juan muchas veces. Su marido nunca se enteró. Se pasaba todo el tiempo en un mundo de fantasía en su habitación en su computadora. Rebecca y Juan se follan a veces cuando él esta arriba en la oscuridad con la luz de la computadora iluminando su rostro cornudo.

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